Entre tradición y futuro: BFW 2025 mostró el alma del diseño colombiano.
- Camila Ramos
- 14 jun
- 4 Min. de lectura
En Bogotá, la moda no es solo estilo. Es identidad, es memoria y es una apuesta decidida por el futuro. Este año, el Bogotá Fashion Week volvió a encender las pasarelas de Ágora con más fuerza que nunca, confirmando que la capital colombiana no solo viste tendencias, sino que las transforma. Del 20 al 22 de mayo, la ciudad se convirtió en el epicentro donde confluyeron el diseño, la innovación y la diversidad cultural colombiana, bajo una misma convicción: el talento colombiano merece ser protagonista en el escenario global.
Con más de 30.000 asistentes, 1.000 citas de negocios y expectativas comerciales por 4 millones de dólares, la edición 2025 no solo fue un éxito para las marcas participantes; fue una manifestación colectiva de creatividad y visión. Desde diseñadores consolidados hasta colectivos emergentes, cada desfile fue una declaración estética que desafió las lógicas tradicionales de la industria y celebró el poder narrativo de las prendas hechas en el sur global.
Pero más allá de los números, esta edición del BFW brilló por su capacidad de reunir distintas voces del diseño colombiano en una conversación que va más allá de la moda: una conversación sobre comunidad, territorio, memoria y futuro. Colectivos artesanales, talentos emergentes, diseñadores ya posicionados —todos desfilaron con una claridad que hace tiempo se viene cosechando: la moda colombiana está lista para dejar de pedir permiso y comenzar a ocupar el lugar que merece en la industria.

Artesanía como resistencia: la moda hecha a muchas manos:
En un momento donde la moda global se pregunta cómo sostener su relevancia cultural, el colectivo artesanal del Bogotá Fashion Week 2025 ofreció una respuesta contundente: volver al origen no es retroceso, sino revolución. Desde tejidos telúricos que hablan con los glaciares hasta siluetas sagradas que invocan la tierra, estas marcas colombianas demuestran que lo ancestral no es pasado, sino un futuro vivo.
La pasarela abrió con la colección Mística de Adriana Santacruz, donde los tejidos se construyen como arquitectura del alma. Capas, abrigos y camisones se despliegan en siluetas amplias y figurativas, trabajadas con técnicas que combinan moulage y saberes tradicionales. El color transita del gris al camel, pero estalla en verde y fucsia como un latido. Todo está pensado para evocar una fuerza invisible: la del origen como energía, y la del arte como sistema de creencias.
Luego llegó Glaciarnido de Tejidos Rebancá, una colección que es poema y archivo. Inspirada en la relación entre humanidad y glaciares, las piezas tejidas a mano evocan esa tensión entre el calor subterráneo y el hielo ancestral. Las prendas abrigan, sí, pero también cuentan una historia: la de la Tierra que cambia y resiste. En palabras de la marca, “la montaña habla el mismo idioma de la lana hilada y de la tela hecha abrigo. Todos se hacen en la misma fuerza: microscópica y titánica”.
Duna, de Palma Canaria, cerró este segmento con un suspiro hecho vestido. Inspirada en los paisajes áridos y vastos del desierto, la colección celebra la belleza efímera de la naturaleza. Cada prenda está tejida a mano con fibras naturales, y en su movimiento se siente el viento, la arena y el tiempo. No es moda que pasa, sino moda que permanece: un homenaje al arte ancestral que se proyecta hacia el futuro. Como lo dicen sus creadoras, “cada duna, aunque pasajera, deja su huella, y con cada pieza de esta colección, dejamos una huella en tu historia”.

Colectivo emergente: el instinto como lenguaje:
El colectivo emergente del Bogotá Fashion Week presentó tres miradas poderosas sobre la moda como expresión visceral, memoria viva y transformación estética.Tres marcas, tres relatos distintos, unidos por una misma pulsión: convertir la emoción en forma.
La marca CURUBA exploró el amor en su forma más cruda y contradictoria. Ce’lamour fue una colección intensa, cargada de texturas, estructuras disonantes y emociones a flor de piel. Un manifiesto sobre lo irracional del deseo y la fragilidad del vínculo.Así mismo, dentro del colectivo emergente brilló PLUR, una de las marcas seleccionadas por Puente que hoy vive una auténtica transformación. Su colección, Metamorfosis, se inspira en Salvador Dalí y en el surrealismo como lenguaje emocional. Volúmenes dramáticos, cortes asimétricos y referencias simbólicas a la mitología griega se entrelazan en un relato que es tan íntimo como expansivo.
El salto a la pasarela fue más que simbólico: después de su paso por Puente, PLUR fue seleccionada entre diez marcas para desfilar de forma independiente, y ahora se prepara para mostrar su trabajo en el New York Fashion Week. Pero más allá de los logros, lo que más celebran es el vínculo con su audiencia, según afirma su directora creativa Liliana Bohorquez: “Cuando las personas se enamoran del concepto, nos buscan, nos escriben, nos compran… sabemos que estamos dejando una huella,la moda es espectacular porque te permite comunicar en todo sentido lo que te inspira. Para eso trabajamos: para dejar un legado”.
Para cerrar, Cristian Tula propuso Eco, una colección que tejió un diálogo entre lo ancestral y lo contemporáneo. Con una sobriedad casi ritual, sus piezas resonaban con el legado cultural colombiano, transformándolo en un lenguaje visual elegante y atemporal.
La moda colombiana ya no se mira al espejo para imitar, sino para reconocerse. El Bogotá Fashion Week 2025 fue más que un evento de pasarelas: fue una visita a la memoria. El diseño nacional tiene voz, cuerpo y alma propia.Fue una proclamación de que el futuro no se copia, se crea desde el territorio, desde la emoción, desde el tejido colectivo. Esta edición no solo celebró lo que somos, sino lo que estamos destinados a ser: una potencia creativa con raíces profundas y alas cada vez más amplias.

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